Con la ayuda de Albert Einstein y otros asesores de confianza, el presidente Harry S. Truman comisionó un desarrollo residencial ultrasecreto en una remota área del Pacífico Noroeste, uno que serviría para proteger y nutrir los recursos intelectuales más valiosos de América. Allí, los más grandes pensadores de nuestra nación, los über-genios que trabajan en la próxima era de logros científicos, podrían vivir y trabajar en un entorno de apoyo. Se contrataron a los mejores arquitectos y planificadores para diseñar un lugar acogedor para que estos genios superlativos residieran, un área que ofrecería la mejor educación para sus hijos, la mejor atención médica, las mejores comodidades y calidad de vida. Se creó una comunidad que rivalizaba con los pueblos pequeños más idílicos de América, con una gran diferencia: esta ciudad nunca aparecería en ningún mapa. Al menos, ninguno que no haya sido clasificado como "solo para ojos" por el Pentágono. Así nació la ciudad de Eureka. Pero a pesar de sus familiares características de pueblo pequeño, las cosas en este secreto rincón son todo menos ordinarias. El estereotipo del profesor despistado existe por una razón, y la mayoría de los saltos cuánticos en ciencia y tecnología durante los últimos 50 años fueron producidos por los investigadores de élite de Eureka. Desafortunadamente, la exploración científica rara vez es lo que uno espera, y años de experimentos fallidos han dado lugar a algunos subproductos peculiares. Con los talentos únicos de la población, sus psique problemáticas y recursos ilimitados, estas preocupaciones de pueblo pequeño tienden a convertirse en problemas de gran envergadura. Es en esa intersección, donde la fragilidad humana y la superciencia colisionan, que Eureka comenzó…