Muhammad Ali fue uno de los hombres más conocidos del siglo XX. Este tricampeón mundial de boxeo de peso pesado cautivó a millones de fanáticos en todo el mundo con su hipnotizante combinación de velocidad, gracia y poder en el ring, y su encanto y fanfarronería juguetona fuera de él. En el apogeo de su fama, tomó la vida estadounidense —los prejuicios raciales, los sesgos religiosos, el papel de las celebridades, el papel del deporte en la sociedad— y la rehizo a su propia imagen. Ali insistió en ser él mismo incondicionalmente y se convirtió en un ícono global e inspiración para personas de todas partes. Su descarada franqueza y sus insuperables habilidades de boxeo lo convirtieron en un símbolo heroico de la masculinidad negra para los afroamericanos de todo el país. Sin embargo, en ocasiones parecía enorgullecerse de humillar a sus oponentes negros. En una época de sentadas y "freedom rides" (viajes por la libertad) destinados a poner fin a la segregación, sus profundos vínculos con la Nación del Islam, una organización nacionalista negra que predicaba la separación, lo convirtieron, durante un tiempo, en uno de los hombres más temidos y repudiados del país. En la cima de su habilidad, sacrificó valientemente su carrera al negarse a ir a la guerra en Vietnam, y aunque fue condenado por ello, Muhammad Ali sería celebrado más tarde como un pacifista de principios. Fue un musulmán devoto, un esposo infiel, un padre orgulloso y un hijo adorador. Fue un guerrero temible que venció a casi todos sus oponentes, pero finalmente fue derrotado por su terca negativa a rendirse. Después del boxeo, cuando el síndrome de Parkinson casi lo había silenciado, se convirtió en un héroe internacional, un santo, un símbolo de libertad y coraje. Hoy es uno de los hombres más imborrables y queridos de la historia.